MINGA 7, año 5, semestre I, 2022

Universidad Mayor de San Simón – UMSS

Comunidad de Investigación para la Transformación de América Latina – CITAL

Minga. Revista de ciencias, artes y activismo para la transformación de América Latina
Año 5, número 7, primer semestre, 2022, Cochabamba, Bolivia.

Minga es un proyecto semestral de la Comunidad de investigación para la transformación de América Latina (CITAL) para la difusión de ciencias, artes y activismo en nuestro continente. Mediante acuerdo de colaboración con la Dirección de Formación Continua Grado y Posgrado de la Facultad Arquitectura y Ciencias del Hábitat, Minga acompaña el proceso de ejecución de la Maestría en Estudios del Desarrollo y el Hábitat con una perspectiva multidisciplinar, científica e internacional.

Jefe editor
Dr. Jan Lust
Universidad Ricardo Palma, Perú
jan.lust@urp.edu.pe

Coordinación editorial ejecutiva
Dr. Jhohan Oporto
Universidad Mayor de San Simón, Bolivia
j.oporto@umss.edu.bo

Diagramación
Lic. Esp. Marcelo Sagredo

Gestión OJS
Lic. Rocío Mérida Moscoso

Ilustración de portada
«El lince», Emil Gumiel Sandoval

Minga. Revista de ciencias, artes y activismo para la transformación de América Latina – 2022
© CITAL – Edición digital
Sitio UMSS: https://revistas.umss.edu.bo/index.php/minga/index
Sitio CITAL: https://minga-cital.com/
E-mail: minga@umss.edu
ISSN: 2704-5584
OPEN ACCESS – Licencia Pública Internacional — CC BY 4.0

Hecho en Cochabamba – Bolivia

La inseminación de la ipseidad

DOI

Francisco Tomás Gonzalez Cabañas
Pensador y escritor autodidacta argentino. Publicó en 1999 su novela “El Macabro fundamento”, en 2013 “El hijo del Pecado”, en 2015 “La democracia incierta”, en 2017 “El acabóse democrático”, entre otros.
E-mail: franciscotgc@gmail.com
ORCID: 0000-0001-9957-6760

Recibido: 26-09-2021
Aceptado: 20-02-2022
Como citar: Gonzalez C., Francisco T. (2022), “La inseminación en la ipseidad”, en Minga. Revista de ciencias, artes y activismo por la transformación de América Latina, Nro. 7, año 5, primer semestre, 2022, pp. 77-96, Cochabamba, DOI: https://doi.org/10.5281/8371189

ISSN: 2704-5584
OPEN ACCESS – Licencia Pública Internacional — CC BY 4.0

Resumen

Sentimos desde el arbitrario alumbramiento, que funcionalmente, debíamos esta manifestación que llevamos a cabo, con la única intención de develar, precisamente, ese impulso intencional de ordenar, lo más sensatamente posible, sin que ello signifique perder efectividad ante los múltiples destinos o destinatarios, a los que debemos advertir de convivir con la incertidumbre natural y de imposible control que nos asolan como humanos. La embarcación llamada humanidad, en la que nos encontramos, enfrenta momentos aciagos, generando que la carta de navegación con la que nos veníamos manejando, dejó de ser confiable y utilizable, por tanto, entre el oleaje bravío, debemos ensayar, nuevas elucubraciones que determinen las funciones dentro del barco, para que luego, se consensue, un destino de amarre, donde tras el avistar tierra, podamos desembarcar, sin tropezarnos, despertarnos del sopor de la presente pesadilla que nos genera el no enfrentarnos a lo que no sabemos, no queremos ni aceptamos.

Palabras clave: Incertidumbre, otredad, control.

 

Abstract

We feel from the arbitrary delivery, that functionally, we owed this manifestation that we carried out, with the sole intention of precisely revealing that intentional impulse to order, as sensibly as possible, without this meaning losing effectiveness in the face of multiple destinations or recipients, to which we must warn to coexist with the natural and impossible control uncertainty that plague us as humans. The boat called humanity, in which we find ourselves, faces dire moments, generating that the navigation chart with which we had been driving, left us to be reliable and usable, therefore, among the rough waves, we must try new lucubrations that determine the functions inside the ship, so that, later, a mooring destination is agreed, where after sighting land, we can disembark, without stumbling, wake up from the torpor of the present nightmare generated by not facing what we do not know, we do not want nor do we accept.

Key words: Uncertainty, otherness, control.

 

Intenciones intuitivas e investigación interpretativa de la individualidad

Introito

Las presentes líneas, serás presentadas, de la forma estructural que se fueron manifestando. Es decir, se darán de bruces con la ortodoxia, inútil y casquivana de las pretensiones del onanismo academicista, que recurrentemente en su goce perverso de la repetición, ensalza autores que abusan, reiteradamente de las normas de estilo, para dejar en elegante, prolijo y aceptable encuadre, extensos ríos de significantes vacíos.

Los pocos que bañándose en tales aguas, en lo mejor de los casos, pueden preguntarse sí es la misma, al ingresar una y otra vez a la corriente, de uno u otro lado de la orilla, enlodarán el discurrir de estos anatemas que presentamos, bajo la estructura que se fue conformando de acuerdo a la dinámica de lo expreso, de lo expresado y del contexto que lo va determinando y que lo seguirá haciendo, hasta el final inacabado de la experiencia de lo humano.

Sabemos, intuitivamente, racionalmente, científicamente (es decir dejamos de creer que lo sabemos, para aceptar que lo conjeturamos) que de un tiempo a esta parte, la lectura, es más un fenómeno de intermitencia que de continuidad. La acción que se creía, obvia e inmediata, de comprensión de lo textual, es prácticamente un milagro, excepciones que confirman la regla, establecen como axiomas incontrastables, que muy poco de lo escaso que se lee, es reutilizable en un circuito, posible o potable, para que el intercambio de posiciones, de perspectivas, de argumentos y de razones pueda generar la manifestación de lo humano en su sentido lato.

Tal como se agrupan después, las recopilaciones en lo que llaman obras completas, o estructuradas por exigencias caprichosas de los catalogadores, así como alguno pensó mediante seminarios, otro por intermedio de sus clases o conferencias y los más, a pedido de esa demanda editorial que cosificaban los pensamientos en lo que conocemos como objeto libro, no podemos desconocer, ni lo vamos a hacer ni traicionar, estos razonamientos, estas intuiciones, que bullen, que brotan de una dinámica, de una intensidad y que no pueden, ni deben estar sujetas, aprisionadas, ocluidas, por determinaciones formales, por la promesa que de esta manera, serán social, académica o popularmente más aceptadas, que sí no se respetan a sí mismas, generando incluso, una perspectiva diferente de comunicar, con el único fin, de que el ser humano, el otro como lector, tenga más sencilla, le sea más atractiva, la posibilidad de pensar, a partir de ciertas propuestas amalgamadas en una presentación como la presente.

Respetando incluso, a quiénes con el mismo ánimo, tachan el grafo, el vocablo, lo deconstruyen, en su género, le agregan signos por fuera de lo semántico, no faltará quién proponga que se lea de derecha a izquierda, salteando renglones, o anulando párrafos.

Tal vez sean más interesantes, versátiles como novedosas estas invitaciones, pero en el momento en el que hemos sido arrojados a la presente existencia, creemos que sería el agregarle mayores exigencias al lector, so pretexto de quitárselas. No estaríamos logrando el cometido, irreverente por exceso, quizá, pero cometido al fin. Seguimos con la idea de comunicar, independientemente de ser indolentemente dispersos.

Sentimos desde el arbitrario alumbramiento, que funcionalmente, debíamos esta manifestación que llevamos a cabo, con la única intención de develar, precisamente, ese impulso intencional de ordenar, lo más sensatamente posible, sin que ello signifique perder efectividad ante los múltiples destinos o destinatarios, a los que debemos seducir, convencer y encantar, las ideas trémulas de convivir con la incertidumbre natural y de imposible control que nos asolan como humanos.

Imploramos, finalmente, que todos aquellos que tengan la posibilidad de retransmitir la retahíla de palabras presentes, puedan llevarlo a cabo, en tren de que la embarcación llamada humanidad, en la que nos encontramos, enfrenta momentos aciagos, generando que la carta de navegación con la que nos veníamos manejando, dejó der confiable y utilizable, por tanto, entre el oleaje bravío, debemos ensayar, nuevas elucubraciones que determinen las funciones dentro del barco, para que luego, se consensue, un destino de amarre, donde tras el avistar tierra, podamos desembarcar, sin tropezarnos, despertarnos del sopor de la presente pesadilla que nos genera el no enfrentarnos a lo que no sabemos, no queremos ni aceptamos.

Bienvenidos a bordo. Cada uno de los artículos, puntuales y puntualizados, breves desde lo académico, extensos desde lo periodístico o socialmente compartido vía digital, puede ser asimilado, como un compartimiento estanco. Sin que por esto, claro, se pueda percibir, el hilo de Ariadna, que vincula, a uno tras otro, y que de acuerdo, a cómo se interprete o decodifique, podrá llevarnos a un lado u otro, del laberinto, en donde se ha aprisionado al espíritu, a la esencia, a la falta, a la carencia incierta de lo humano.

La inseminación

Hubo un tiempo en que fue necesario lo otro, en respuesta a la historia milenaria del ser. Momentos, no tan lejanos de la diseminación. El curso, como decurso y recurso, de lo no establecido, emergió, como rizoma, desde su sentido horizontal, desde su expresividad, ajena a toda lógica formal, a todo patrón ortodoxo, en una suerte de danza caprichosa, de manifestación de lo oculto, de lo callado, de lo obturado, por las fuerzas ciegas de las estructuras rígidas que pretendieron imponer la religión de la autoridad. 

En quechua ayñanakuy, significa pelear con palabras. Tal vez la disputa de la actualidad, sea con nosotros mismos. En el salto a la ipseidad, poder comprender, asimilar e introyectar tendría necesariamente que ver, con nutrirnos de aspectos, de pliegues, de bordes, que por razones que sólo la sinrazón conoce, hemos dejado de lado, al punto de que ya no nos reconocemos en los espejos de agua natural, a los que venimos envenenando con los desperdicios de nuestras repeticiones, automatizadas e innecesarias. 

Escribir no es un acto individual, como en un a priori se anatematiza. Tiene que ver el acto, con un primer momento, para que luego, consecuentemente, se produzca la segunda instancia, la del otro como lector. Acá no finaliza la obra, dado que la posibilidad de comprensión, de entendimiento, ofrece, una relación, un vínculo, un diálogo, entre sujetos que a partir de estas acciones, construyen o reconstruyen una comunidad. 

Ponerle grilletes, condiciones, determinaciones, en nombre de un orden, de una amabilidad o bajo la tutela de que esos otros, a los que están dirigidas las palabras, no la entenderían si el conjunto de las mismas no lleva un apartado de conceptos claves, citas referenciadas en normas de estilo y demás requerimientos  de la formalidad que ocluye y pisotea, no es más que un atentado a la manifestación de lo humano. 

Necesitamos volver a pensar, a sentir, a olvidar, a equivocarnos, a dialogar, a pretender ser la comunidad en esa interacción de deseos, muchas veces contrapuestos, en tensión, en ebullición, administrando las contradicciones que amenazan todos y cada uno de los sentidos que nos demandan el silencio mórbido de la anuencia, a cambio de una aprobación, de una certificación que nos diga que lo sabemos o que somos parte de algo. 

Ñandutí es una voz guaraní que significa realizar un hilado, un tejido, símil a los desplegados por una araña para confeccionar su tela. De una complexión estética como funcional sin precedentes, tejer, es enredarse, en un arte, que por su accionar que no pretende un resultado o resultante, puede culminar en una parte de un vestido, de un objeto, o en el manifestarse del ser que imita, a la manifestación viviente que hace de tal enredo, su hogar y su forma de subsistencia.

Así como otrora, nos enriquecimos con el griego y con el latín, como últimamente con el francés y el alemán, no debemos perdernos la posibilidad de ser íntegros e integrar, más allá de un acto emancipador, decolonial o liberador, independientemente de qué se constituya en una práctica analéctica o exótica, la voz de las culturas, que fueron silenciadas, durante siglos por la ignorancia supina de quienes se pretendieron dueños de verdades consagradas, por el burdo hecho de estar formalmente presentadas en rigores de medios que terminaron de justificar, fines (como genocidios) totalmente injustificables para lo humano, en su razón y sentir de tal.  

Inseminar nuestro vínculo, abortado, interrumpido, reintroducirlo, en un contacto más dinámico y menos intermediado entre lo que queremos y lo que pensamos, es la propuesta que anida en el significante de estas palabras. 

La única pretensión, que se esconde en estos grafos, es la de recoger, retomar, lo que hemos olvidado, lo que dejamos, adscribiendo a la tesitura que nos iría mejor si descartabamos lo que no nos sirviera, para acumular, una aprobación, un tener y contar con algo más que otro, rompiendo de esta manera, dislocando, la comunidad, destruyendo el sinsentido, más sentido y cabal, el de comunicarnos para entendernos, sin etiquetas, sin calificaciones, ni clasificaciones, sin dueños, sin amos, sin patrones. 

De a poco, tendríamos que llevar a otros escenarios, los escritos destinados a esas aprobaciones, que proponen relaciones desiguales de poder, en donde prevalece lo silente del pensamiento, para que el número de la nota, resignifique todas y cada una de las palabras, ya para tal entonces asesinadas, por la furia individualista, de quiénes tendrán el tiempo necesario para comprender, de todo lo que se están perdiendo, y que hacen perder, cuando cierran y aniquilan la posibilidad de una comunidad que tenga como sensación, razón y emoción, a la palabra como talismán, de lo necesario e imprescindible de que, pese a las letras, los vocablos, sus formas, tiempos, significaciones y significantes, expresos y ocluidos, todos en definitiva y cada uno de los que somos, hemos sido y seres parte de esta historia de lo humano, hablamos el mismo idioma. 

 Kolaval (Para el pueblo Tzotzil significa gracias.)       

La función desconocida

Es constitutivo del ser humano, una funcionalidad, absolutamente desconocida, a la que estamos determinados a brindarle una respuesta determinada, acabada y específica. Hasta el momento mismo de hacerse efectiva la finitud de todos y cada uno de nosotros, la operatividad de tal función, se manifiesta en la incesante disposición que alienta, hasta el final la pulsión de vida, y que junto a la característica primordial de ser seres deseantes, nos lleva a que creamos haber correspondido a esa demanda congénita, de haberle entregado la respuesta pretendida y anhelada que nos dispuso como finalidad misma, el precisamente, dotar de sentido, lo que en términos conocidos y expresados no lo tiene, ni lo tendrá en los campos de la razón disciplinada o lógica concluyente y que significará para cada uno de los seres humanos en la definición de tales, que construyamos la disposición hacia, la intención existencial o la función dentro de las estructuras que nos moldean, para convencernos, de acuerdo a los diferentes procesos individuales y graduales que llevamos a cabo, que tal desconocimiento de lo que vivenciamos o para lo que tenemos o debemos vivenciar, excede el cumplimiento normal, efectivo y común de las funciones corporales que nos mantienen con vida.

Así como lo fue para Sigmund Freud el inconsciente, y para Jacques Lacan el objeto a, la disposición desconocida, es la tercera arista que complementa, completando tal vez, la tríada de elementos que no figuran de modo asequible o asible, pero que son constitutivas del sujeto en relación, a su condición de tal y de su experiencia en calidad de humano en su aquí y ahora determinado.

Es desconocida, dado que no opera desde la ubicación física de un órgano determinado, pero tal conformación o dotación espectral, la hace integral, omnipresente en su ausencia expresa y acabada.

No existe ser humano en la tierra, que en un momento dado, no haya creído, sentido, intuido o razonado, que su existencia, que su presencia, que su manifestación viviente, se debe, obedece o se corresponde con una funcionalidad, una disposición o intención, natural, energética o colectiva de la que es parte, para llevar a cabo una suerte de objetivo, de finalidad o sentido que precisamente, tiene como mandato llevar a cabo, en el tiempo que tenga (o incluso se de para sí) como habitante en el presente plano.

Lo que se llama o define como destino, es la huella, el rastro, de búsqueda que viene realizando el sujeto, para dar con el condicionante que lo impele, lo intima a denunciar, expresar y armonizar, colectiva e históricamente, esa demanda natural, ínsita, de brindar una respuesta, que satisfaga la operatividad de la disposición o la función en sí misma y para cada uno de los sujetos.

Es decir, podrá ser en un determinado momento, la consecución de logros materiales, acumulativos, vinculados a un rol, familiar, o social dentro del ámbito laboral, artístico, deportivo, profesional, informal o del que fuere. Lo cierto, es que siempre será, esa respuesta que se le debe a esa función, a esa disposición que demanda.

Al creerla, sentirla e intuirla como tal, en nuestra condición de sujetos, tenemos la inacabada como inexpresiva sensación, que en algún momento conocimos (previos al arrojo existencial) o que finalmente lo haremos (cuando nos sobrevenga la muerte) esa determinación, ese objetivo, esa función, ese sentido, para el que tenemos el paso obligado en esta experiencia que llamamos vida.

Entendiendo la importancia, nodal que posee, en todos los momentos, desde que tenemos consciencia de nuestras existencias, podemos dar cuenta, de cómo hemos conformado nuestra experiencia colectiva en el mundo.

La dimensión numérica, de contabilizar, para generar resultantes, obedece obcecadamente a esta disposición, como el forjar antecedentes y precedentes, en una suerte de saga, para la que creemos que venimos a ser parte, con un rol, con un papel, específico y determinado.

Todos y cada uno de los conceptos que nos hemos construido a fuerza de nuestras experiencias, tienen como punto de encuentro, junto a las otras características fundantes de nuestra condición de sujetos, el saciar, el responder, el otorgar, el brindar, el dar, el ofrecer, una respuesta a esta función, a esta intención, que permanece desconocida,  y desde tal lugar, la pretendemos, descalzar, dislocar, correrle tal velo de ocultamiento, para sentirnos plenos, felices o realizados.

Dada esta peculiaridad, que comparte con los aspectos fundantes de lo humano, nunca puede ser absoluta, ni definida, encontrada, y por ende, encerrada o anatematizada.

Esto que en un a priori, podría significar un elemento, negativo o que denote un desvalor, en realidad dinamiza, imbrica, la consecución del sujeto por la libertad, como desapego, precisamente del mandato, la misión, el rol o el papel, a tener o, a ejecutar.

Es decir, esto mismo al estar oculto, no expresado, orbitando en tal ámbito de lo desconocido, y pese a condicionarlo de forma tal, que hace, el sujeto, una búsqueda, como construcción de sentido, existencial como social, le permite, el juego, la oscilación, generándose la sensación de libre albedrío que cada tanto se experimenta.

Es decir, como uno no sabe, ni nunca sabrá, a ciencia cierta, ese rol, específico, ni determinado, pero que se siente, se intuye y se hace presente, mediante esta función o disposición desconocida, la libertad, a conseguir, se equilibra o tensiona, con esa función del destino, previamente asignada o escogida. Se libra una suerte, de disputa, como entre las fuerzas o pulsiones de Eros y Tánatos, entre las Moiras de la mitología griega, a quiénes acudiremos para la alegoría, de determinar la función, la disposición o la intuición desconocida. Son tres, Cloto (disposición), Láquesis (función) y Átropos (intuición), quiénes se debaten, en la constitución del sujeto, y en la decisión de este (condicionada obviamente) la dinámica misma del objeto u objetivo que ese sujeto determinado, se vaya trazando en los diferentes períodos de su vida. El ir y venir, las contraposiciones y demarcaciones, de las Moiras entre sí que pululan como los tironeos o movimientos que siente, intuye o percibe el sujeto dentro sí y lo que hará que finalmente tome una decisión que también podrá ser cambiada, es finalmente la libertad adquirida o adquiriente que puede traducirse como felicidad, por el descubrir de aquello desconocido (la función o disposición primigenia) y el manejo que haga de tal demanda en el decurso de su propia existencia, liberando y alimentándose a la vez, de la energía de la libertad, que se nutre de las condiciones, previas y anteriores que permiten que ese cuerpo, sobreviviente, cumplimentando sus funciones vitales, se constituya en sujeto, sujetado, pero liberado a la vez, de ese libreto que es destino (elegido o asignado en un tiempo anterior o ulterior) como posibilidad de libertad, a cada rato y en cada momento, definiéndose este interactuar, como el sentido mismo de una instancia o un instante de felicidad.

Escansión obligatoria

El término no es usual, pero refiere, de acuerdo a quién lo puso a rolar con un significado más amplio a Una puntuación afortunada  (Lacan, s.f.). Los puntos permiten respirar al texto. Las restricciones impensadas a nuestras libertades más básicas tienen por objeto que se nos garantice la posibilidad de seguir respirando.

No sabemos que palabras vendrán después de este punto y aparte, ¿largo e inesperado? No sabemos quiénes tendrán mayores responsabilidades en escribirlas. No sabemos, si tendremos la posibilidad de seguir contando con las palabras. No sabemos. En algún punto, equívoco, como fatídico, hemos asociado no saber con no respirar. El quiebre, la ruptura, el disloque de esta conjunción, como de toda, es lo que nos genera tanta zozobra y pavor.

La escansión es un fenómeno que surge de lo textual, no podemos escandir un asiento contable, en lo numérico los puntos pierden el sentido mismo de su esencia. En verdad, para ciertos contextos el punto en relación, a los números, es señal de multiplicación. Réplicas automáticas y automatizadas, por ende, viralizadas. No se puede poner punto a la ganancia ilimitada (en términos o expresión contable). O tal vez sí, pero no lo hemos intentado o no lo hemos querido. En otro punto equívoco como fatídico, asociamos imposibilidad de cambió o modificación en el campo o en el plano de lo numérico. Las palabras pueden variar en su significante y significado, más el dos siempre seguirá siendo la suma de uno más uno y la resta de seis menos cuatro.

La espiritualidad apofántica de nuestro logos, del sistema mismo de comunicación, nos habla de las carencias a las que nos sometemos al afirmar que una cosa es tal para al momento mismo, deja de ser tantas cosas. El principio de no contradicción, auspiciando y generando la aceleración ya desatada con el poema de Parménides.

En ese después que nos hará entender, lo que no comprendemos y no aceptamos asumir que no lo sabemos, se juega el destino su azar, ya sin afirmar ni preguntar, teniendo al humano como testigo, como enclave, y como autor, de una obra que la cree suya, como para volver a realizar una escansión.

Puntuar nuevamente, para que el relato, respiro mediante, resignifique el conjunto de signos y los pueda fundir efectivamente con su contraparte numérica o continúe en su reiterado intento por.

Cuando el uno deje de ser tal, la multiplicidad no será necesaria para explicar eso otro, que en el afán terminamos transformando a la amorosa búsqueda de la verdad, en la alocada carrera en la que estamos insertos y en la que terminaremos, diluyéndonos, para evitar nuestra condición incierta e indeterminada.

El párrafo finalizó. Tal vez sea el fin también de un capítulo o de la narración. Puede que simplemente un descanso, como tantos más. Tenemos eso sí, la posibilidad de que más luego, nos expliquemos más acabadamente, con signos numéricos o lingüísticos, o de los que fuesen para una humanidad más entendida o como la queramos llamar.

Necesitábamos dejar de respirar, o tener más cierta la posibilidad tal, para saber que el otro en cuanto a lo que me complementa, puede ser el peligro que me extermine, en la contradicción tajante, de qué sin su existencia, como reflejo o espejo, ya nada tiene sentido, siquiera el respirar sí no lo puedo escuchar hacer lo mismo lo que para uno, en su desafío múltiple, puede ser tan cotidiano y natural.

Punto: del aparato psíquico al aparato institucional

Tras los conceptos fundamentales que se conocen como ello, yo y superyó, constitutivos del aparato psíquico, otorgándoles funcionalidades políticas o encontrando las mismas, en la tríada que divide los poderes de los estados occidentales, podríamos maridar, sin temor a que digamos nada que no se traduzca como real, como operando en lo simbólico y tal vez, en lo arquetípico de lo imaginario, que el ello es el poder legislativo (el carácter deseoso de la ley, que muchas veces hasta resulta, o todas las veces, incumplible en tales términos) el yo (la ejecución de lo presente, o la administración de lo circundante, el poder ejecutivo) y el superyó (penalidad y contrarresto de lo deseante puro, poder judicial). La explicación psicológica o psicoanalítica del molde institucional que concibió y concibe el engranaje mediante la cual, la ciencia política creyó concebir algo que le perteneciera en un porcentaje destacable, no es más que la prueba fehaciente que de la frase “lo personal es político” (Hanisch, 1969)  debiéramos buscarlo en sus trasfondo, en lo subyacente, para explicitar que lo político-democrático, actual, estructurado como esta, jamás podrá permitirnos algo más allá de un tratamiento y jamás una cura, respuesta determinada, acabada o definición manifiesta. Se trata de nuestra condición, no de los sistemas, ni de como estemos cada uno de los cuales podemos llegar a interpretarlo o en el mejor de los casos plantearlo bajo modificaciones.

En la siguiente como brillante, síntesis para un artículo que busca enhebrar también el vínculo entre psicoanálisis y política, Merlín (2014) nos alumbra de la siguiente manera:

“Recordemos brevemente el planteo que hace Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. Afirma allí que las masas son asociaciones de individuos que se manifiestan con características bárbaras, violentas, impulsivas y carentes de límites, en las que se echan por tierra las represiones. Son grupos humanos hipnotizados, con bajo rendimiento intelectual, que buscan someterse a la autoridad del líder poderoso que las domina por sugestión. Se trata de una constitución libidinosa producida por la identificación al líder, en la que una multitud de individuos pone en el mismo objeto (el líder) el lugar del ideal del yo –operador simbólico que sostiene la identificación de los miembros entre sí–. Por lo tanto, dos operaciones constituyen y caracterizan a la masa: idealización al líder e identificación con el líder y entre los miembros. En resumen, la masa implica una respuesta social no discursiva sino puramente libidinal”.

El artículo de la autora, como su título lo indica, continua con una interesante interpretación del giro psicoanalítico, mediante el clivaje “populismo” que le daría, según su consideración Laclau, a lo expresado por Freud, que naturalmente leen la perspectiva desde el fenómeno sujeto y sus conflictividades y para nosotros, sin embargo, la lectura, pasa por pararse desde la óptica de lo estructurado, tanto en lo que luego deviene como lenguaje, pero que funge como aparato, psíquico y más luego, el político, que replica las misma y tajante estructuración.

En el aparato psíquico, (del que no queremos profundizar tanto por economía del lenguaje, como por el riesgo que implicaría el salirnos de eje) que navega bajo (en la mítica Teoría del iceberg) los tópicos de lo consciente, lo preconsciente y lo inconsciente, la réplica política, es cabal y contundente.

El aparato político que sostiene los tres poderes del estado (hemos trabajado, sobre todo en la razón de ser del poder judicial y de la necesidad que le brindan los politólogos de ese contrapeso con los otros poderes, pero que a nivel argumental es escaso o pobre, desde Montesquieu (1996) en El Espíritu de las leyes a todos sus continuadores como muestra fehaciente de lo que afirmamos, nos replica la estructura no obramos ni pensamos política o racionalmente) navega en la legitimidad, en su continuidad, por obra y gracia que los tres tópicos que le permiten tal transitar, no son más ni menos que las clases sociales, o grupos o facciones que bien podrían dirimirse entre los que participan o son parte (políticos, clase alta, elite, círculo rojo, dominante) los que desean serlo, porque lo han sido (ellos o familiares) o porque tienen condiciones para creer o sentir que podrán ser parte (clase media) y finalmente los que no tienen conciencia de los que les está ocurriendo ni a ellos, ni en su rededor, los pobres, marginales o en estado de excepción (permanente, bien vale el oxímoron ) que sólo pueden ocuparse de sobrevivir de rato en rato.

Como acabamos de ver los tópicos están replicados y más allá de semánticas o de nominaciones, la estructuración de nuestra política actual y por ende sus conflictividades, tienen mucho más que ver con las estructuraciones con las que nos arrojaron al mundo. Lo personal no sólo es político, sino lo psicoanalítico lo es.

Como bien sabemos, a título de adagio tal vez pueda resultar ahora, más comprensible, entendible o analizable. Precisamente a Lacan (1985) se le atribuye también una frase a la que estaríamos haciendo honor: “Sí usted no entiende mis textos, tanto mejor, tendrá la oportunidad de explicarlos”.

En lo posible, que es lo pasable, lo transitable o lo vivible, cada quién sabrá qué hacer con lo suyo (en el mejor los casos con la guía de su analista) lo significativo, al menos para nosotros, es que así como toda la academia-cultural e intelectual, consideró y considera que sus administradores o políticos, deben conocer de derecho, leyes, ciencia política (en esta periodicidad  le están agregando la exigencia de conocimientos económicos) y demás, estamos en condición de afirmar, que bajo la estructura que nos estructura y por la que estructuramos lo político, tener un guía político, un buen político entendido en ese significante extenso de bueno, sería alguien que comprendiera ciertas nociones analíticas, al menos sí no la ve o no se interesa, que las respete, que las valore y que no las desprecie. Bajo tales signos estamos determinados, más allá de nuestros gustos, placeres, gozos e incluso de nosotros mismos.

La lógica de la democracia o del fantasma

“La palabra se define y nos define, ¿acaso no hemos llegado hasta hacer surgir el universo de ella? Y ¿no hemos asimilado nuestros orígenes al parloteo de un dios charlatán? ¿Qué seríamos sin el lenguaje?” (Subirats, 1993). El concepto nodal de lo democrático es la palabra. El sujeto histórico del sistema político es ese logos. El significante de la democracia es el verbo, el término, el vocablo, estos suaves y ligeros matices en que varían como significados, no dejan de estar inscriptos en el orden simbólico de la palabra, es decir de la, o de lo, político. La democracia, en la identificación con la política, no en la identidad dado que ésta como nos recuerda Eric Laurent es un vacío, no es más que palabra, que como significante, y tal como nos alecciona Jacques Lacan en La lógica del fantasma  (Beaumont, J.P. & Vandermersch, B., 2004) no podría significarse a sí mismo y por ende, funge, mediante lo que representa o tras la representación. A propósito de tal seminario citado, Tenembaum  (2015), en el artículo “El inconsciente es la política”, escribe: En una sola ocasión Lacan asevera que el inconsciente es la política. Lo hace en la “Lógica del Fantasma”.

Ahora bien, ¿Qué es un fantasma? “En un meduloso estudio sobre Hamlet, Carl Schmitt plantea que el nacimiento del Estado moderno surgió como un nuevo orden político al neutralizar las guerras civiles entre confesiones. En este proceso Hamlet se convertiría en el mito político de la Modernidad, opuesto a Edipo como aquel de la Antigüedad” (Tenembaum, 2015).

Hamlet, es el fantasma político por antonomasia de occidente. La entidad fantasmagórica, interviene en lo real, o está presente en ella, desde otro plano, desde otra perspectiva, obliterando la posibilidad de que establezcamos una relación, bajo nuestros términos (es decir del orden de la realidad, de cientificidad, de logicidad o desde lo eminentemente normativo) y aceptando que sólo nos resta el juego, azaroso, de las identificaciones, pues construir una identidad, sería el que cómo mínimo, dejáramos de reproducirnos, cuando no, hesitar y perecer en tal hesitación, como decisión, lógica, de lo humano.

El inconsciente es la política por esto mismo, por su estructuración como un lenguaje, dado que en su identificación, devino en lo democrático, no sólo porque  “el significante no podría significarse a sí mismo” como nos alerta Lacan, sino que además porque mediante este orbitar, se libra o se trata lo reprimido, que siguiendo con el autor de La lógica del fantasma refiere:  “Lo reprimido: el representante de la representación primera en tanto que ella está ligada al hecho primero — lógico — de la represión” (Beaumont, J.P. & Vandermersch, B., 2004).

El fantasma, que podríamos decir, forcluido en un fantasma Lacaniano, reina en los tres órdenes, real, simbólico e imaginario, sin que permanezca en ninguno, pues es el que permite la ruptura, supuesta de la lógica del amo y del esclavo, el diapasón que disrumpe la lógica aristotélica y la formalidad cartesiana.

Claro, que no por esto, el fantasma Lacaniano, no deja de ser  un fantasma narcisista: “Creerse uno es una ilusión, una pasión, o una locura según las diferentes formas en las que Lacan ha podido nombrar el narcisismo” (Laurent, E., s.f.).

En términos políticos y en conceptos  harto trabajados en  La promesa de la política (Arendt, 2012) y en  Historia de la mentira (Derrida, 2015), pedirle, exigirle, reclamarle, solicitarle, a lo democrático, a la política, y por ende a quiénes la representan (a ella, no a nosotros los ciudadanos  o el pueblo, como se prefiera) es decir a los políticos, nociones como la verdad, lo cierto o lo consciente, es cuanto menos histérico, sino propio de una conducta psicótica. Sí queremos comprender, entender, o incluso el imposible de cambiar, tal lógica de lo democrático, la encontraremos sólo sí en el ámbito de lo inconsciente, en ese no lugar que estructurado como un lenguaje, es lo otro que supuestamente se nos ofrece, mediante discursos armados, campañas prolijas y postureos de risas y gestualidades. Incluso más, cuando nos hacen desear es cuando nos gobiernan, en el reinado del desierto de lo real (cuando nos quieren decir que no existen los fantasmas o que los han exterminado) lo político y lo democrático, se detiene, como en un paréntesis, para la venidera parusía de lo que nos redima, y esta es la razón por la cual, en términos políticos y metodológicos, lo único invariable de las democracias es el ejercicio, podríamos decir masturbatorio (dado que como mínima persigue placer inmediato) de lo electoral.

Democracia, política, inconsciente, y fantasma lacaniano son los distintos significados para el que el gran significante del voto, de la elección, de la libertad política, no se signifique así misma y nos brinde la sensación de que todo puede estar en movimiento, sin que nada se mueva, desde ningún otro plano, que la estructura con la sentimos, pensamos y de la que invariablemente desconocemos y no toleramos.

Lo que está en jaque es nuestro sistema de verdad

En 1755 un terremoto destruyó Lisboa e hizo temblar al mundo en el amplio y simbólico sentido del término. Tal vez este acontecimiento, a diferencia de lo que se emparenta automáticamente con respecto a la llamada gripe española, sea lo más semejante a lo que estemos viviendo en relación, a la irrupción de la presente pandemia.

Quedarnos en el síntoma, en la manifestación, epitelial u orgánica de lo que nos ocurre, nos llevaría precisamente a eso, a un historicismo, que agolpe, que acumule, que aglomere, que no discierna, ni piense, ni lleve a cabo el ejercicio, obligado de raciocinio, o la consulta a la intuición, para tratar de encontrarnos con palabras que nos devuelvan, en modo de explicación o certeza, qué es necesariamente lo que nos está ocurriendo. Creer que la presente afectación se corresponde a un catálogo de enfermedades que asolaron al ser humano en su historia como especie, sería precisamente lo que se viene realizando harto repetidamente. No resolveremos los problemas que se nos han originado, pandemia mediante, tras el advenimiento de vacuna, remedio o pharmakon alguno.

En caso de que continuemos tentados a analizar o pensar la realidad, tomando una de las partes por el todo, caeremos en la mera y huera recopilación de datos, de ejercicios o disciplinas que están jaqueadas, al unísono y por ende, simultáneamente. No se trata, como incluso lo hemos pensado, del sistema de salud, sanitario, del sistema social, político, laboral, económico, ideológico, de valores o todas y cada una de las parcelas en las que podemos diseccionar el fenómeno de lo humano.

Como aquella vez, tras lo que se conoce como el terremoto de Lisboa, un hecho puntual, específico y determinado (con sus afectaciones, destrucciones y muerte reales, más todo lo otro, generado desde eso real, como espectros o réplicas) hizo temblar lo establecido, para que luego, tras las ruinas, el humano, estableciera un nuevo sistema u orden, que tenga que ver con las generalidades más amplias y tal vez abstractas, pero no por ello, ajenas a lo que luego significarían todas y cada una de las cotidianeidades, en las que desembocamos de aquel entonces, hasta ahora, de acuerdo a la conjetura que en estas líneas estamos presentando.

Creemos, consideramos y a fuerza de los argumentos esgrimidos, que es necesario en primera instancia, el recordar el impacto ulterior, del terremoto propiamente dicho. El mundo en aquel entonces, orbitaba bajo una cosmovisión (siempre existen éstas, por más que muchos, sobre todos los que tienen acceso a las mismas, no quieren que los múltiples, tengan llegada a tales arcanos, es la explicación más sucinta de por qué la filosofía sí bien es la madre de las ciencias, es asimismo, la disciplina oculta u ocultada, negada y estigmatizada, olvidada y olvidable) que se define, palabras más palabras menos y en uso de la economía del lenguaje, como “el mejor de los mundos posibles” (Panadero, 2015), definición atribuida a Leibniz, que construyó su teodicea, en las bases platónicas en definiciones tales como:  “el demiurgo quiso que el mundo fuera el mejor posible” (Platón, 2011).

El terremoto, se llevó a Lisboa, incontables destrucciones, dolores y muertes (se produjó en plena festividad religiosa en una comunidad mayoritariamente creyente y practicante), pero lo más determinante fue lo que sucedió despúes. El hombre, como sujeto, tuvo que duelar el mundo y por ende el sistema de verdad que había construído y en el que creía hasta entonces, luego, reconstruyó tras las ruinas.

La prueba más contudente de esto mismo (como todas las experiencias de lo humano, se registran bajo lo escrito, de aquí que se considere que la pluma siempre es más que la espada) la selló Voltaire, en su declarada disputa con Leibniz y el mejor de los mundos posibles en el que este creyó. La siguiente imagen alegórica es contudente:

“Los sirios imaginaron que al ser creados el hombre y la mujer en el cuarto cielo, se atrevieron a comer una torta, en lugar de la ambrosía, que era su comida natural. La ambrosía se exhalaba por los poros; pero después de haber comido la torta, era preciso ir al excusado. El hombre y la mujer rogaron a un ángel que les enseñase donde estaba el retrete. Ved, les dijo el ángel, aquel pequeño planeta, apenas visible, que está a unos sesenta millones de leguas de aquí, allí está el excusado del universo, id lo más rápido posible. Y fueron allí y se quedaron, y desde ese momento nuestro mundo fue lo que es” (Voltaire, 2011, p. 203).

 

El hombre, por intermedio de estos dos de sus representantes (podríamos desde una posición de privilegio, establecer que el filósofo es el representante natural del humano y su razón en el transcurso de su estar en el mundo, sin embargo, con toda razón o con más, tal posición la podrían reclamar también los artistas, creadores o creativos) pasó de vivir en el mejor de los mundos posibles, a vivir en el baño, en el excusado, en el retrete del universo.

El industrialismo, que recreó todo un sistema social, económico, laboral, ideológico y político, que es en el que aún nos encontramos viviendo, es la principal víctima de la pandemia que nos afecta, que precisamente, cómo el terremoto, terminará por arrastrar, ni más ni menos que nuestro sistema de verdad.

Sistema de verdad, en donde tanto la democracia, las supuestas libertades consagradas y la razón instrumental que nos otorga y brinda, la réplica y reproducción de números en acumulación para intercambios imposibles, están  plenamente en jaque y serán reconsideradas, reconfiguradas, reconstruidas y rearmadas.

Una vez que hagamos el duelo y salgamos de la falta de conceptualización de lo que nos está ocurriendo, tal vez decodifiquemos las siguientes palabras desde otra perspectiva:

“Si bien Pascal introdujo el discurso científico, no olvidemos que fue él también quien, incluso en el momento más extremo de su retiro y su conversión, quería inaugurar una compañía de ómnibus parisino. Este Pascal no sabe lo que dice cuando habla de una vida feliz, pero nosotros tenemos la encarnación de ello. ¿Qué más puede atraparse con el término feliz si no precisamente la función que se encarna en el plus-de-gozar? Además nosotros no necesitamos apostar sobre el más allá para saber cuánto vale allí donde el plus-de-gozar se descubre bajo una forma desnuda. Esto tiene un nombre —se llama a perversión” (Lacan, 2006, p. 177).

Las verdades científicas, hispotasiadas por nuestras faltas constitutivas y constituyentes, deberán ser reconstruidas desde todas y cada una de las perspectivas que impliquen otro sistema de verdad. No es casual que como último grito de la moda, el sistema jaqueado en nombre de supuestas fake news restrinja la libertad de expresión, en función de una posible afección viral, se restrinjan nuestras libertades más básicas y elementales y que por la supervivencia del rostro económico y social, del sistema integral, llamado capitalismo, sigamos condenando a la exclusión, ciega, sorda y muda, a millones de seres humanos que perecen en la indignidad y en la desconsideración más absoluta. Todo en nombre no ya de la vieja fórmula del mejor de los mundos posibles, sino de lo menos malo que podríamos tener.

Salirnos como sujetos, donde la función desconocida (el temor a lo incierto) nos condujo desde hace más de doscientos años a esta parte de la estructura, llamada perversión, es la oportunidad que se nos presenta y que tenemos por delante, casi como una bendición de un dios, tan benévolo o perverso, de ofrecernos algo a lo que seguramente no tendremos el valor ni la oportunidad de alcanzar.

Ocurre que para inventar, o relatar, tal deidad, debemos salirnos de la funcionalidad perversa, y ese goce, incansablemente repetitivo, es la renuencia a la que díficilmente abandonemos, aún, pandemia mediante. De todas maneras, está por verse, y esto es precisamente lo que nos mantiene, por el momento, vivos. 

Eyaculación, procaz y precoz

El macho que en la prepotencia de su machismo se siente tal, al encontrar la reacción de la mujer, tras no haberle brindado a ésta el goce (ni que hablar de placer) inmediato de lo sexual, se encuentra desnudo en su condición (fálica como retrógrada) de macho. Deja de ser tal, es decir no logra con el falo ratificarse como hombre y acude, a la violencia para no perder, no ya su condición, sino su existencia que la subsume a una cultural razón de ser, específica y determinada (dador de felicidad, mediante la penetración). La mujer, la mejor elección que toma, es la de no entrar en el juego de la hembra, y la peor decisión que podría tomar, es la de escoger por el hombre, la opción que este debería hacer para dejar de ser macho. Antes que la impotencia, que afecta al hombre por lo general de edad avanzada, y que puede ser resuelta mediante fármaco, el principal problema masculino es, el de contexto civilizatorio mediante, transformarse en un procaz y precoz, que lo haga todo rápido, vertiginoso, amontonado, fatalmente intenso, maquinal, acumulatorio, sea en la cama, en un recinto o en la oficina de gobierno.

Al haber decidido, sí es que realmente tomamos tal decisión, el renunciar a la serenidad  para vivir en reflexión y pensamiento, a expensas de recrear, las ficciones más temibles de nuestros temores, que son las que nos conducen a diario, nuestros adictivos grilletes a los que endiosamos y creemos que nos liberan, cuando más nos anulan y nos cercenan en nuestra posibilidad de ser humanos, a dejarnos llevar, como tristes ilusos que van, irremediablemente a la frustración, a en-cementar, blindando, que no es lo mismo que brindar, los acuciantes horrores de los otros, para atacar el síntoma, el sucedáneo y no la causa.

Ocurre en la cama como en el atrio del gobernante. Sí una de las partes, pretende el goce sexual, por separado, no sólo que está violando el acuerdo tácito del encuentro (así incluso se hable o se pague antes por lo contrario) sino que además, está perjudicando, violentando al otro, que como si fuese poco, terminara reaccionando, de alguna u otra manera, devolviendo tal desaprensión al desaprensivo. Eyacular precozmente, es un buen ejemplo, de esta disfuncionalidad que en realidad es mucho más que eso, dado que sale de las sábanas y como actitud llega a los recintos institucionales y a las casa de gobierno.

Nadie puede desconocer que el atavismo cultural de la imagen del poder se asocia, aún al hombre, confusa como injustamente, pero lo cierto es que el gobernante aún reina en el orden simbólico de muchos como el que “la tiene más larga”, en un claro y palmario ejemplo de lo primitivo y soez de nuestras consideraciones públicas y políticas.

No se trata que estos machos cabríos, hagan de su pene real —lo que tantos escritores narraron en distintos libros, verbigracia La fiesta del chivo (Vargas Llosa, 2000) —.  Los desaguisados machistas que sus procacidades les habiliten, sino de lo que harán con su miembro simbólico, que es ni más ni menos que la lapicera de sus decisiones públicas. No debe importar el tamaño, ni el color de la lapicera,  sino como la use. La similitud con lo sexual, no tiene una razón metafórica o una necesidad del suscribiente para ratificar una tesis, es lisa y llanamente sentido común. Gobernar es dar lo mejor de uno (el gobernante) como el amante da lo mejor de sí para el otro en la cama o en la intimidad.

Uno de los mayores peligros es que en el afán de hacerlo todo  rápido, bien y a la perfección, es caer en la precocidad. En una suerte de cumplimiento de lo dictado, en la parusía de las recetas premoldeadas de gobernanza que con tanto y supuesto éxito, terminan de colonizar nuestra imposibilidad de recuperar la serenidad. En un mismo orden de ideas, en pleno contexto occidental en donde nos hemos amputado la mencionada posibilidad de actuar con serenidad, sí vamos vertiginosa o alocadamente, seguramente vamos a acabarnos y el problema no tiene que ver con la finalidad misma, es decir con terminar acabados, sino de disfrutar el viaje y de al menos dotarlo al mismo de un sentido fuerte y con una valedera como valiosa, significación.

Tanto actuar meramente administrativo, así se trate de obras de infraestructura o de reparto de dádivas, prebendas o asistencialismo, generará que gobernado nunca reconozca el esfuerzo del otro (es decir siempre querrá un polvo más, un encuentro  en donde depositará la expectativa de ser comprendido y acabar a la par, que del goce luego se camine al placer) dado que estará solamente alimentando,  este canal, esta sintonía, este orden. La escenografía, de las democracias occidentales actuales, nos remite a El mito de Sísifo (Camus, 1985)  con la piedra que cae,  sempiternamente desde lo alto de la montaña, pese a ser levantada y llevada una y otra vez.

A veces cambiar el color de la tinta de la lapicera puede ayudar para lo inmediato (pero nunca es una solución de fondo, todo lo que el marketing, el coach y demás tácticas de rapiña ofrecen a los políticos y por ende a la política),  lo cierto es que el ritmo de viajes, inauguraciones, de reuniones, de presencia en fiestas, en redes sociales, debe tener un anclaje en una construcción que contemple a ese otro gobernado, o amado. El gobierno debe estar acendrado en algo más que en la minuta, que en la eyaculación precoz, que ofrecen los especialistas en medios y en comunicación.

La política es esa comarca, esa morada, la cama en donde el gobernante debe dar cuenta de sus mejores artes. El que se hable de cómo generar mayor participación, de brindar y no blindar, un sistema o forma de votación, más claro, más transparente, que se colijan las experiencias de otros (los ex) que hayan gobernado y mediante homenajes lo mejor de cada uno de los tiempos pasados, fungirá como ejercicio pleno de un haber dado amor público y político, que le cambiará o al menos, se irá en la intención, a la mayor cantidad de gente.

Repartir planes, proyectos, power point que vienen digitados de otros lugares (con intereses y beneficios que siempre están fuera del lugar de arraigo), robotizarse en el envío atontado y alocado de gacetillas para cortar cintas que no desatan ningún nudo, es una mera eyaculación precoz, que más temprano que tarde, sino se ofrece más que esto, el amado o gobernado, además de recriminarlo, elegirá a otro (incluso un objeto) que le prometa amor, y que verá con el tiempo sí le cumplió o si se trató de otro mero eyaculador precoz.   

Este finalmente, como proverbial narcisista, al no tener la posibilidad de ver al otro, por ende de interesarse en lo que le pase, o en esforzarse por comprenderlo, dejará un tendal de gobernados, no sólo sin amor, sino también sin dignidad y sin comida. Nada muy diferente a nuestras democracias actuales que minadas, desbordadas de pobres y de pobreza, necesita una cura analítica, en términos de la palabra, de la razón, del logos.

La vulva o el coño democrático

La democracia es tanto el útero materno como la vulva rebelde que deja de ser objeto, para constituirse en sujeto. Por un lado, siguen, quiénes lo único que pretenden es violentar la matriz de las cosas, vejándola, una y otra vez, como quién sólo vota en cada jornada electoral. Luego estamos, los que humildemente, consideramos que la pluma es más que la espada, y que redefinimos, reconstruimos, los conceptos, en alianza con todos y cada uno de los múltiples, que ahora serán lectores, pero que después, se convertirán en los socios fundadores, de un nuevo pacto político y social, que será más inclusivo, ecuánime y general en nombre de la humanidad. Concibamos juntos, mediante el juego-romance de las palabras el sujeto de los tiempos que vendrán. La representatividad muerta, de una democracia que perece a medida que se la rescata, a la que se la salva, se le brinda otra posibilidad, desde la connotación de la política, merece, y debe, ser analizada, bajo los incordios de los conceptos, de la estructuración psicoanalítica, tal como sí se tratase de una suerte de diván, como todos imposible y experimental, público, explícito y explicitado, en donde el analista, el guía, el componedor, se transforma, se convierte, deviene en lector y donde el gobernante, al fin, a solas con su responsabilidad como con su irresponsabilidad, tiene la oportunidad de redimirse de sus excedentes, de excomulgarse de un mandato que lo lleva a los límites de la conversión de lo no humano. Este conjunto de vocablos, está estructurado como un lenguaje que nos habla entre las exclusiones mutuas que se desprenden de la filosofía, la política y el psicoanálisis para la comprensión de lo humano. En su lectura ágil, se podrá percibir el clivaje ocluido, el lazo, oculto como inexpugnable, que recobra de sentido, un jeroglífico en donde se pueden vislumbrar a la política, la democracia, el inconsciente y la vagina como conceptos fundamentales. En cada uno de los lectores, comentadores en verdad, así lo deseen ratificar en el código de las letras como en el reinado de sus silencios, se encuentra la guía para unir y desunir los cabos, tal como en el atalaya asoma la luz referencial del analista o como en la casa de gobierno, ejecuta la decisión, sea cual fuere la misma, el gobernante. Como sí se tratase de una suerte de manifiesto, de codificación, independientemente de lo que lleve su dinámica, como su comprensión, en una dimensión de lo temporal que excede nuestra necesidad de respuesta, todo lo que callan nuestras palabras, no son más que las venturas que vivenciaremos en estadios otros, sean oníricos, como productos de la fantasía o de la posibilidad de un futuro posible que nos impele a que nos habitemos más allá del miedo con el que leemos la reacción primigenia, que deslizamos ante la muerte. Desde este mojón es que consideramos que si no dejamos de pensar, actuando, de esta manera, la llamada de lo ausente a lo que no acudimos, se terminara por extinguir, descenderos a una deshumanización de nuestras posibilidades, y convertidos en un subproducto de la razón instrumental, dejaremos de interesarnos por la palabra, por las traducciones que conseguimos, mediante su uso y desuso. En tal ciénaga del aceleracionismo, incluso en este en el que se nos impuso una pausa, un paréntesis inesperado seremos la expresión consumada, del consumo hiperbolizado, sobregirado en las proporciones industriales que nos llevaran a buscar otros ambientes, para desarrollar, no ya lo humano, sino su resultante, la operatoria mayor, la conversión final del verbo, del logos, de la palabra al número. Número que como tal, posee como propiedad intrínseca su no traducibilidad. La ausencia de exegesis del número, lo convierte y nos convierte, en algoritmos para uso y abuso de nuestra debacle, a la que se la llama, por el momento, en los últimos resquicios de la resistencia de las palabras, inteligencia artificial. Cada vez son más los sujetos (atados a la ataraxia que propina el sedante del fin de los tiempos), que exacerbados en su función políciaca, denuncian la llegada, la subsistencia de textos, de manojos de palabras, de gritos de lo humano, seriados, codificados en artículos, que no esperaban, que no pidieron, que no saben dónde colocarlo, además del basurero, sea real, simbólico del cerebro o virtual de la casilla de correo. Ya tienen privada la posibilidad del entender que la humanidad, encontró sin buscar su traducción. Casi todo lo adquirido lo obtuvimos mediante el libre juego, de que una cosa llevara a la otra, sin desesperarnos en buscar, imposible además, el cuanto y el qué. La muerte no traduce lo humano, no lo redime, no lo inmortaliza, sólo la palabra es capaz de conseguir esto y tanto más. La palabra, a la que se la persigue, se la ultraja, se la sodomiza, exigiéndole una traducción, un resultante, nos habla, nos interpela, en todos los planos posibles, para que nos reconciliemos con ella, con lo público, con lo político, que es su sucedáneo. En la palabra no anida el resultado, al que por haberlo convertido en prioritario, la traducción de lo humano, lo va despojando de su sentido, de su esencialidad, de esa palabra por la que aún conservamos nuestra condición, hasta que la terminemos despellejando y en tal posibilidad, habernos transformado en la suma azarosa de un algoritmo, sin posibilidad de regreso, de cambio, sin traducción alguna más que la contundencia del número.   

El deseo no se expresa en lo manifiesto

Tal como en la afirmación “Yo no soy nada, lo otro de mí lo es todo” (Hegel, 1978),  nada que pretendemos desde lo más auténtico de nuestro ser, podemos exteriorizarlo desde la traducibilidad de las palabras. El poder de garabatear signos, no es más que el síntoma expreso de la mudez a la que no podemos escapar, del contundente y silente presidio a la que nos condena el sinsentido. Esto mismo se explica sólo sí en la medida de su no explicación, mediante palabras, tras la epocalidad en la que transitamos, bajo la conciencia en la que nos creemos lógicos como comunicables. Que seamos finitos, que perezcamos sin aceptar este contundente condicionamiento, es la prueba efectiva de que estamos habitando otro lugar, en donde latimos más profundamente, o para decirlo de otro modo, somos más auténticamente, donde tal vez los deseos se correspondan con nuestros actos o sensaciones más palmariamente.

Sí es que alguna vez hemos pensado, que vivimos en el mejor de los mundos posibles, es porque naturalmente, podamos ser, una versión diferente, apocada o disminuida de la que potencialmente pudimos desarrollar y que por ello, tendemos a desear lo imposible de un mundo que se nos escapa de la mundanidad finita. Ningún ejemplo será tan explícito cuando afirmamos que estamos realizando algo que lo hacemos porque nos interesa el otro, el colectivo o lo público. Nada es menos real que expresar que hacemos algo que nos impulsa por lo que nos excede, por lo que nos es ajeno, lo que no nos pertenece. En todo caso, o en el mejor de los casos, lo hacemos, porque tememos a eso que se nos presenta como extraño y por tanto, pretendemos tutelarlo o maniobrarlo, desde la bondad, que no deja de ser el engaño, de que estamos interesados en tener el control de manejar, lo otro, por temor a ser manejados o tutelados por eso mismo que desconocemos.

Es muy difícil el reconocer esto, el ponerlo en palabras, difundirlo y actuar en consecuencia. La palabra, ni bien expresa, ya construye literaturidad, es su verdadera razón de ser. La semántica no pretende tener ningún valor de verdad, sino solamente de señalamiento. La nominalidad no busca discernir, sino simplemente caracterizar. La verdad, a decir de I. Bergman es sólo la pasión de los mentirosos, es un canal de ida en la que la salida se corresponde con el mismo ticket de entrada (González A., 2016).

Tal como indica la teoría psicoanalítica, el inconsciente, estructurado como un lenguaje, nos manifestaría sus posiciones por intermedio de lo sabido; sueños, chistes y lo decodificable, analista mediante. Sin embargo, es necesario, como imprescindible que en todo lo que creemos o definimos como asuntos públicos, a través de lo que comunican los medios de prensa, podamos socializar este principio que podría sintetizarse como nadie que nos prometa lo mejor para todos, está en su búsqueda o tiene tal intención.

En el oxímoron de la definición democrática, su imposible es lo perverso. Nadie quiere ser gobernado por el pueblo, dado que este o es el otro, o en su significante extenso, no es nadie. Más allá de lo que podamos querer para cada uno de nosotros, muy difícilmente, queramos para organizarnos social o políticamente, ser gobernado por un otro o por nadie en el engaño de todos o del pueblo. Esto es lo que nos promete lo democrático, lo que inercialmente, aceptamos como un supuesto deseo colectivo, que no es tal, ni por asomo.

Sería interesante que manifestemos lo que deseamos, mediante los canales que vayamos encontrando y que se correspondan con lo eso que pretendamos. Los poderes del estado, constituidos, instaurados y legitimados, por la prensa que únicamente se encarga en sostener tal régimen, tal status quo, jamás dirá que es lo que pretendemos o deseamos, por ello, los medios de  comunicación, solo expresan lo expresable, no solamente porque están codificados como una tabla en donde se manifiestan mediante el lenguaje socialmente aceptable. Es decir, sí tuviésemos un canal de noticias, un  periódico o una radio, en donde sólo se brindaran todas y cada una de las informaciones que tengan que ver con lo público y no desde donde emanan o sale esos supuestos manifiestos (el poder político, el poder institucional, el poder académico, el poder religioso, el poder económico y todo poder  que oblitera lo que enuncia se encargará el trabajar u ocuparse de los demás) podríamos dar por sentado, que a la humanidad le interesa algo que tiene que ver con su propio género y que exceda la individualidad del que está pensando, enunciando o comunicando.

Desear, expresar y manifestar, podrían ser sinónimos o significar aspectos semejantes, esto no sólo es prueba fehaciente de los límites del lenguaje y por ende de nuestros propios límites, sino por sobre todo, que nada que tenga que ver con el todos, de lo colectivo, de eso que la política nos presenta como democrático, saldrá de algo que no tenga que ver con un aspecto personalísimo de cada uno de los existentes, que apenas nos diferenciamos de los que nos rodean, por atravesar cosas semejantes o iguales en un fractal de espacio-tiempo, distinto o diferente. Esto es todo nuestro fenómeno humano, al resto lo dimos en llamar literatura y es lo que nos solapa, narcotiza y adormece, haciéndonos creer que estamos encaminados por un deseo o sueño, del que más nos alejamos a medida que creemos alcanzarlo o asirlo.

La sexualidad es el correlato del pliegue en donde creemos estar actuando por otra cosa que no es más que lo instintivo de continuar, pese a que no nos preguntemos o preguntándonos, más allá de las respuestas que podamos encontrar, sí es que vale la pena la experiencia humana. La sexualidad, en última instancia es el consuelo de nuestras carencias, las irredentas  respuestas que no refieren a lo que nos preguntamos o lo que podríamos pretender ser mediante esas preguntas que tal vez no se correspondan ni con nuestros miedos ni con los medios que tengamos como para hacerlos visibles.

Tener sexo es como ir a votar, en el mejor de los casos, no sabemos muy bien porque lo hacemos, que nos impulsa a ello, pero nos gusta, nos debilita, fortaleciéndonos, nos engrandece en la medida que nos empantana.

No nos interpelamos en nuestra sexualidad, en preguntarnos en que buscamos al perpetrar la continuidad de la especie, bajo el argumento no expresado de que alguna vez lo haremos mejor, tal como cuando votamos o cuando nos organizamos políticamente, siempre esperanzados por un deseo que no sabemos sí es tal.

Conviene que busquemos, bajo esas otras lógicas, que es lo que queremos, sí es que queremos algo y si podemos plantearnos esto mismo, bajo estos términos. De lo contrario, seguiremos haciendo lo que hasta ahora, que no es más que lo igual, o variaciones muy escasas de un modelo que aburre, cuando no oprime, otras posibilidades de ser, que tal vez, se animen a ir más allá del límite, de lo pensado o de lo deseado.

Referencias

 

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